lunes, 14 de enero de 2019

LA FÁBULA DE LA LECHERA





Seguro que conoces el cuento de la lechera. Alguna vez te lo habrán contado o lo habrás leído.
"El cuento de la lechera" ha dado lugar a una expresión popular, que se usa cuando alguien imagina o sueña algo imposible. Su significado es similar al de la expresión "hacer castillos en el aire" (hacerse ilusiones).
Debes saber que desde antiguo existen muchas versiones de este cuento. Después de que el fabulista griego Esopo lo escribiera, otros autores han retomado el tema y han escrito su propia versión.
Aquí te presentamos la fábula de Esopo y tres versiones más. La versión del Panchatantra hindú, el exemplum que escribió Don Juan Manuel en el siglo XIV, y la fábula en verso de Félix Maria de Samaniego (s. XVIII).




Lee las cuatro versiones con mucha atención y compáralas. ¿Qué parecidos o diferencias observas?
ESOPO (~VI a.C)
Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y 
caminaba hacia su casa soñando despierta. "Como esta leche es
 muy buena", se decía, "dará mucha nata. Batiré muy bien la nata
 hasta que se convierta en una mantequilla blanca y sabrosa, que
 me pagarán muy bien en el mercado. 
Con el dinero, me compraré un canasto de huevos y, en cuatro días, 
tendré la granja llena de pollitos, que se pasarán el verano piando en
 el corral.
 Cuando empiecen a crecer, los venderé a buen precio, y con el dinero
 que saque me compraré un vestido nuevo de color verde, con tiras
 bordadas y un gran lazo en la cintura. Cuando lo vean, todas las 
chicas del pueblo se morirán de envidia. 
Me n pondré el día de la fiesta mayor, y seguro que el hijo del molinero
 querrá  bailar conmigo al verme tan guapa. Pero no voy a decirle que
 sí de buenas a primeras. 
Esperaré a que me lo pida varias veces y, al principio, le diré que no
 con la cabeza. 
Eso es, le diré que no: "¡así! "
La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces
 el cubo de leche cayó al suelo, y la tierra se tiñó de blanco. Así que
 la lechera se quedó sin nada: sin vestido, sin pollitos, sin huevos, 
sin mantequilla, sin nata y, sobre todo, sin leche: sin la blanca leche
 que le había incitado a soñar.





El género hindú que más ha inflluido sobre las literaturas occidentales
ha sido el cuento. Algunos adoptan la forma de fábula, otros de  cuentos
 de hadas, otros más realistas. 

De entre todas las colecciones destaca el Panchatantra. Es la  colección
 más antigua de fábulas de la literatura sánscrita. Data probablemente
 del siglo IV a. C. y está basada en colecciones anteriores de cuentos populares. 
 Las fábulas, principalmente de animales, están organizadas en cinco
 libros, y tratan de temas como la amistad, la pérdida de la propiedad
 y la guerra. Su propósito original era  instruir a un príncipe joven 
sobre cómo obtener el éxito en  la tierra. El texto sánscrito original
 se ha perdido, pero del Panchatantra se hicieron muchas redacciones 
refundiciones, además de traducciones a otras lenguas. El rey Alfonso X 
mandó traducir al castellano una versión árabe que, con el título de
 Calila y Dimna, se extendió por Europa.

Entre estas fábulas aparece "La olla rota" que es un eslabón más de lo que 
conocemos como "El cuento de la lechera".


La olla rota

En cierto lugar vivía un brahmán llamado Svabhakripana, que tenía una olla llena de arroz 
que le habían dado de limosna y que le había sobrado de la comida. Colgó esta olla de un clavo
 de la pared, puso su cama debajo y pasó la noche mirándola sin quitarle la vista de encima, pensando así:
-Esta olla está completamente llena de harina de arroz. Si sobreviene ahora una época
de hambre podré sacarle cien monedas de plata. Con las monedas compraré un par de cabras. 
Como éstas crían cada seis meses, reuniré un rebaño. Después, con las cabras compraré vacas.
 Cuando las vacas hayan parido, venderé las terneras. Con las vacas compraré búfalas.
 Con las búfalas, yeguas. Cuando las yeguas hayan parido, tendré muchos caballos. Con la venta
 de éstos reuniré gran cantidad de oro. Por el oro me darán una casa con cuatro salas. Entonces
 vendrá a mi casa un brahmán y me dará en matrimonio a su hija hermosa y bien dotada.
 Ella dará a luz un hijo. Al hijo lo llamaré Somasarmán. Cuando tenga edad para saltar sobre
 mis rodillas, cogeré un libro, me iré a la caballeriza y me pondré a estudiar. Entonces me verá
 Somasarmán y deseoso de mecerse sobre mis rodillas, dejará el regazo de su madre y vendrá 
hacia mí acercándose a los caballos. Yo, enfadado, gritaré a la Brahmana: ¡Coge al niño! ¡Coge al niño!
 Pero ella, ocupada en las faenas, no oirá mis palabras. Yo me levantaré entonces y le daré un puntapié. 
Tan embargado estaba en estos pensamientos, que dio un puntapié y rompió la olla, y él quedó todo
 blanco con la harina de arroz que había adentro y que le cayó encima. 



Por eso digo yo: El que hace sobre el porvenir proyectos irrealizables, se queda blanco como el padre de Somasarmán


DON JUAN MANUEL (s. XIV)

Cuento VII

Lo que sucedió a una mujer que se llamaba doña Truhana


Otra vez estaba hablando el Conde Lucanor con Patronio de esta manera:
-Patronio, un hombre me ha propuesto una cosa y también me ha dicho la forma 
de conseguirla. Os aseguro que tiene tantas ventajas que, si con la ayuda de Dios 
pudiera salir bien, me sería de gran utilidad y provecho, pues los beneficios se ligan
 unos con otros, de tal forma que al final serán muy grandes.
Y entonces le contó a Patronio cuanto él sabía. Al oírlo Patronio, contestó al conde:
-Señor Conde Lucanor, siempre oí decir que el prudente se atiene a las 
realidades y desdeña las fantasías, pues muchas veces a quienes viven 
de ellas les suele ocurrir lo que a doña Truhana.
El conde le preguntó lo que le había pasado a esta.
-Señor conde -dijo Patronio-, había una mujer que se llamaba doña Truhana, que era
 más pobre que rica, la cual, yendo un día al mercado, llevaba una olla de miel en la
 cabeza. Mientras iba por el camino, empezó a pensar que vendería la miel y que,
 con lo que le diesen, compraría una partida de huevos, de los cuales nacerían 
gallinas, y que luego, con el dinero que le diesen por las gallinas, compraría ovejas,
 y así fue comprando y vendiendo, siempre con ganancias, hasta que se vio más rica
 que ninguna de sus vecinas.
»Luego pensó que, siendo tan rica, podría casar bien a sus hijos e hijas, y que iría
 acompañada por la calle de yernos y nueras y, pensó también que todos comentarían
 su buena suerte pues había llegado a tener tantos bienes aunque había nacido muy pobre.
Así, pensando en esto, comenzó a reír con mucha alegría por su buena suerte y,
 riendo, riendo, se dio una palmada en la frente, la olla cayó al suelo y se rompió
 en mil pedazos. Doña Truhana, cuando vio la olla rota y la miel esparcida por el suelo,
 empezó a llorar y a lamentarse muy amargamente   porque había perdido
 todas las riquezas que esperaba obtener de la olla si no se hubiera roto. 
Así, porque puso toda su confianza en fantasías, no pudo hacer nada de lo que
 esperaba y deseaba tanto.
Vos, señor conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean realidad
 algún día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasías o
 imaginaciones dudosas y vanas. Y cuando quisiereis iniciar algún negocio, no
 arriesguéis algo muy vuestro, cuya pérdida os pueda ocasionar dolor, por
 conseguir un provecho basado tan sólo en la imaginación.
Al conde le agradó mucho esto que le contó Patronio, actuó de acuerdo con la 
historia y, así, le fue muy bien.
Y como a don Juan le gustó este cuento, lo hizo escribir en este libro y compuso
 estos versos:

En realidades ciertas os podéis confiar,
mas de las fantasías os debéis alejar
Félix María de Samaniego (s. XVIII)
Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre le ofrecía
inocentes ideas de contento.
Marchaba sola la feliz lechera,
y decía entre sí de esta manera:
"Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
merodeen cantando el pío, pío"
"Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino;
tanto que puede ser que yo consiga
ver como se le arrastra la barriga"
"Llevarélo al mercado:
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña".
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh loca fantasía!,
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre tu cantarilla la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro:
mira que ni el presente está seguro.

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