jueves, 1 de junio de 2017

La familia de Pascual Duarte

     En la obra La familia de PascualDuarte, Camilo José Cela nos presenta la autobiografía de Pascual Duarte, un campesino violento y analfabeto que desde su encierro en la cárcel, antes de ser ajusticiado nos narra su infancia desgraciada en un pueblo mísero de Extremadura. Nos habla de su hermana Rosario y de su hermano Mario, disminuido psíquico que muere prematuramente. También recuerda su boda con Lola, la muerte de sus hijos o la de su propia mujer, el asesinato de El Estirado o la nueva boda con Esperanza. La obra concluye con la narración del asesinato de su madre contra la que Pascual ha ido acumulando a lo largo de la obra un odio febril.
    Es pues un personaje inadaptado y violento, que actúa movido por los instintos primarios. Su odio hacia su madre (mujer analfabeta, borracha y de mal carácter) es tal que ni siquiera nos dice su nombre.
    El punto de vista de la narración se caracteriza por el perspectivismo, pues presenta los hechos a través de diferentes narradores o puntos de vista:
-El narrador protagonista: Pascual Duarte, que ofrece una versión incompleta, la suya propia de los hechos.
-El narrador-testigo: el cura y el guardia civil que presencia la ejecución de Pascual. A su vez, cada uno de ellos tiene su propia visión del reo: para el sacerdote, Pascual es <<un manso cordero acorralado y asustado por la vida>>; para el guardia civil, por el contrario, es un enfermo mental.
-El narrador-observador, transcriptor de la historia y verdadero narrador oculto. Este personaje interpreta las memorias de Pascual, por lo que él posee en definitiva todas las perspectivas narrativas y, gracias a él, el lector puede conocer la historia completa. 
La obra, nos ofrece, además de las memorias de Pascual, otros documentos que sirven para enmarcar el relato:
-Nota del transcriptor: En ella el transcriptor anuncia que da a la imprenta el manuscrito de Pascual que encontró en una farmacia.
-La carta de Pascual Duarte a Joaquín Barrera López anunciando el envío del original de sus memorias.
-La clausula del testamento de Joaquín Barrera López en el que ordena que el manuscrito <<sea dado a las llamas>>
-Las propias memorias de Pascual Duarte.
-Una segunda nota del transcriptor, que incluye una carta del presbítero Santiago Lurueña, confesor de Pascual antes de morir y una carta del guardia civil Cesáreo Martín, que asistió a la ejecución del reo.
-Observaciones finales del transcriptor.
    El autor cuenta los hechos y deja que el lector extraiga sus propias conclusiones; por eso, no critica los delitos de Pascual, a quien presenta más como una víctima que como culpable. Refleja así el influjo naturalista de la herencia y el entorno en los personajes, con lo que exime al protagonista de toda responsabilidad de sus actos. 
La novela muestra además la influencia de la tradición picaresca. El autor utiliza un lenguaje duro, y de gran carga dramática, en el que tiene cabida el lirismo y la ternura.

La familia de Pascual Duarte, Camilo José Cela

Si Mario hubiera tenido sentido cuando dejó este valle de lágrimas a buen seguro que no se hubiera marchado muy satisfecho de él. Poco vivió entre nosotros, parecía que hubiera olido el parentesco que le esperaba y hubiera preferido sacrificarlo a la compañía de los inocentes en el limbo. ¡Bien sabe Dios que acertó con el camino y cuántos fueron los sufrimientos que se ahorró al ahorrarse años! Cuando nos abandonó no había cumplido todavía los diez años, que si pocos fueron  para lo demasiado que había de sufrir, suficientes debieran de haber sido para llegar a hablar y a andar, cosas ambas que no llegó a conocer, el pobre no pasó de arrastrarse por el suelo como si fuera una culebra y de hacer unos ruiditos con la garganta y con la nariz como si fuera una rata: fue lo único que aprendió. En los primeros años de su vida ya a todos nos fue dado el conocer que el infeliz, que tonto había nacido, tonto había de morir; tardó año y medio en echar el primer hueso de la boca y cuando lo hizo, tan fuera del sitio le fue a nacer, que la señora Engracia, que tantas veces fuera nuestra providencia, hubo de tirárselo con un cordel para ver que no se clavara en la lengua. Hacia los mismos días, y vaya usted a saber si como resultas de la mucha sangre que tragó por el diente, le salió un sarampión o sarpullido en el trasero (con perdón) que llegó a ponerle las nalguitas como desolladas y en la carne viva por habérsele mezclado la orina con el pus de las bubas; cuando hubo que curarle lo dolido con el vinagre y con sal, la criatura tales llores se dejaba arrancar que hasta el más duro de corazón hubiera enternecido. Pasó algún tiempo que otro de cierto sosiego, jugando con una botella, que era lo que le llamaba la atención, o echadito al sol, para que viviese, en el corral o en la puerta de la calle, y así fue tirando el inocente, unas veces mejor y otras peor, pero ya más tranquilo, hasta que un día –teniendo la criatura cuatro años- la suerte se volvió tan de su contra que, sin haberlo buscado ni deseado, sin a nadie haber molestado, ni haber tentado a Dios, un guarro ( con perdón) le comió las dos orejas. Don Raimundo, el boticario, le puso unos polvos amarillitos de seroformo, y tanta dolor daba el verlo amarillado y sin orejas que todas las vecinas, por llevarle consuelo, le llevaban, las más, un tejeringo, los domingos; otras, unas almendras; otras, unas aceitunas en aceite o un poco de chorizo… ¡Pobre Mario, y cómo agradecía, con sus ojos negrillos, los consuelos! Si mal había estado hasta entonces, mucho más mal le aguardaba después de lo del guarro (con perdón); pasábase los días y las noches llorando y aullando como un abandonado, y como la poca paciencia de la madre la agotó cuando más falta le hacía, se pasaba los meses tirado por los suelos, comiendo lo que le echaban, y tan sucio que aun a mí que, ¿para qué mentir?, nunca me lavé demasiado, llegaba a darme repugnancia. Cuando un guarro ( con perdón) se lo ponía  a la vista, cosa que en la provincia pasaba tantas veces al día como no se quisiese, le entraban al hermano unos corajes que se ponía como loco: gritaba con más fuerza aún que la costumbre, se atosigaba por esconderse detrás de algo, y en la cara y en los ojos una temor se le acusaba que dudo que no lograse parar al mismo Lucifer que a la Tierra subiese.
Me acuerdo que un día – era un domingo- en una de esas temblequeras tanto espanto llevaba y tanta rabia dentro, que en su huida le dio por atacar – Dios sabría por qué – al señor Rafael que en casa estaba porque, desde la muerte de mi padre, por ella entraba y salía como por terreno conquistado; no se le ocurriera peor cosa al pobre que morderle en una pierna al viejo, y nunca lo hubiera hecho, porque éste con la otra le arreó tal patada en  una de las cicatrices que le dejó como muerto y sin sentido, manándole una agüilla que me dio por pensar que agotara la sangre. El viejo se reía como si hubiera hecho una hazaña y tal odio le tomé desde aquel día que, por mi gloria le juro que, de no habérselo llevado Dios de mis alcances, me lo hubiera endiñado en cuanto hubiera tenido ocasión para ello.
La criatura se quedó tirada todo lo larga que era , y mi madre – le aseguro que me asusté en aquel momento que la vi tan ruin- no le cogía y se reía haciéndole el coro a Rafael; a mí, bien lo sabe Dios, no me faltaron voluntades para levantarlo, pero preferí no hacerlo…¡Si el señor Rafael, en aquel momento, me hubiera llamado blando, por Dios que lo machaco delante de mi madre!
Me marché hasta las casas por tratar de olvidar, en el camino me encontré a mi hermana – que por entonces andaba por el pueblo-, le conté lo que pasó y tal odio hube de ver en sus ojos que me dio por cavilar en que había de ser mal enemigo; me acordé, no sé por qué sería, del Estirao, y me reía de pensar que alguna vez mi hermana pudiera ponerle aquellos ojos.
Cuando volvimos hasta la casa, pasadas dos horas largas del suceso, el señor Rafael se despedía; Mario seguía tirado en el mismo sitio donde lo dejé, gimiendo por lo bajo, con la boca en tierra y con la cicatriz más morada y miserable que cómico en cuaresma; mi hermana, que creía que iba a armar el zafarrancho lo levantó del suelo por ponerlo recostado en la artesa. Aquel día me pareció más hermosa que nunca, con su traje color azul como el del cielo, y sus aires de madre montaraz ella, que ni lo fuera, ni lo había de ser…
Cuando el señor Rafael acabó por marcharse, mi madre recogió a Mario, lo acunó en el regazo y le estuvo lamiendo la herida toda la noche, como perra parida a los cachorros; el chiquillo se dejaba querer y sonreía… Se quedó dormido y en sus labios quedaba aún la señal de que había sonreído. Fue aquella noche, seguramente, la única vez en su vida que le vi sonreír…


  1. Realiza un resumen del fragmento.
  2. Identifica expresiones que denoten la ternura que le inspira Mario al narrador.
  3. Fíjate en qué tipo de léxico predomina.  
Fecha de entrega tope: 8 de junio.  

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