LA LITERATURA BARROCA: SIGLO XVII
EL SIGLO XVIII: EL SIGLO DE LA ILUSTRACIÓN
Y, el definitivo, esquema-resumen por géneros y autores:
Ligada a estos principios está la creencia en el PROGRESO -mediante la razón y
Las ideas de
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GÉNERO
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AUTOR
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COMENTARIO
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ENSAYO
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El ENSAYO es un género literario que se configura como tal en el siglo XVIII y, sobre todo, en el romanticismo con el desarrollo del periodismo. Son textos en prosa, de extensión variable en los que el autor expresa sus ideas y valoraciones sobre los más variados temas; su forma discursiva es laexposición y la argumentación.
El ensayo es el género predilecto para la divulgación de los principios de
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FEIJOO
(1680-1768)
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Benito Jerónimo Feijoo (el padre Feijoo): Con sus textos pretendía educar al pueblo (al ‘vulgo’, como él lo llamaba). Escribió “Teatro crítico universal” y “Cartas eruditas y curiosas”. Arremete contra las supersticiones y las opiniones infundadas; y postula la razón y la experiencia como bases de la ciencia, rompiendo con el criterio de autoridad. Su prosa destaca por su sencillez, en contraste con los escritos barrocos.
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CADALSO
(1741-1782)
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José Cadalso: Escribió “Cartas marruecas” obra en la que tres personajes (dos marroquíes –Gazel yBen-Beley- y un nativo -Nuño) se intercambian cartas que permiten al autor mostrar la realidad española desde tres puntos de vista distintos.
Otra obra suya es “Noches lúgubres”: “obra dialogada en la que el protagonista, enloquecido por la muerte de su amada, intenta desenterrar el cadáver para morir junto a él incendiando su casa”.
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JOVELLANOS
(1744-1811)
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Gaspar Melchor de Jovellanos: Sus ensayos tienen como destinatarios a los grupos dirigentes y no al pueblo.
Escribió “Informe en el expediente de la ley agraria”, en el que señala como causa del atraso del campo la concentración de la propiedad en manos de los nobles y de
En cuanto al estilo, Jovellanos criticó los usos de la literatura barroca y defendió un estilo sencillo y claro.
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TEATRO
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MORATÍN
(1760-1828)
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El teatro neoclásico o comedia de buenas costumbres respeta la ley de las tres unidades: unidad de acción (una historia única), unidad de lugar (en un único lugar) y unidad de tiempo (en una jornada máxima de veinticuatro horas). Conjuga el fin didáctico con la amenidad.
El autor más importante es Leandro Fernández de Moratín y la principal obra es “El sí de las niñas”en la que “censura la educación de las mujeres de la época y el abuso de autoridad de los padres al que estas se ven sometidas”.
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POESÍA
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MELÉNDEZ
VALDÉS
(1754-1817)
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En la poesía neoclásica se observan tres tendencias:
a) Poesía rococó, poesía en la que predomina el refinamiento y cuyos temas dominantes son, además de la naturaleza, los del amor y belleza femenina, pero en un marco de fiestas y rico vestuario, con un fondo de paisajes delicados y artificiosos.
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Tomás IRIARTE,
Félix María de SAMANIEGO
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b) Poesía ilustrada o neoclásica, que triunfará en la segunda mitad del XVIII, y en la que podemos distinguir una poesía filosófica y utilitaria que busca sobre todo educar e ilustrar. Los temas son la exaltación de las bellas artes, las novedades científicas, las ideas de reforma social, la amistad y la solidaridad, la búsqueda de la felicidad y el bien común, desprecio de la guerra, odio a los tiranos y condena de la tortura, rechazo de la ociosidad y la ignorancia, fe en el progreso mediante la educación. Ejemplos serían la poesía de Nicolás Fernández Moratín y José Cadalso (también ciertas composiciones de M.Valdés); y las fábulas de Tomás de Iriarte y Félix María de Samaniego.
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M.J. QUINTANA
(1772-1857)
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c) Poesía prerromántica, desde 1770, que expresa de modo directo las emociones íntimas, en contraposición a la razón y a las reglas, y que se acerca a la estética romántica en los temas (soledad, ruptura amorosa, muerte...) y en la ambientación lúgubre (tumbas, noche, luna...). El ejemplo más representativo sería Manuel José Quintana (en sus poemas se anticipan usos retóricos románticos :“interrupción de los versos con puntos suspensivos, exclamaciones, repetición de palabras, léxico de carácter emotivo, adjetivación que insiste en lo pasional y angustioso…”
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EL
ROMANTICISMO (1ª mitad del XIX)
A) CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO
En la primera mitad
del siglo XIX se desarrolla el movimiento ROMÁNTICO, por el que el sentimiento, la imaginación
y las pasiones (en una palabra, el irracionalismo) sustituirán a la
RAZÓN del siglo XVIII o Siglo de las luces. Se trata de una determinada
concepción del mundo y una determinada forma de comportamiento humano que surge
en el último tercio del siglo XVIII (prerromanticismo) en Alemania e Inglaterra y que en el siglo XIX se difundió por
Francia, Italia y España.
El escritor
alemán GOETHE desempeñó un importante papel de divulgación de algunas de
las características del prerromanticismo, sobre todo a través de su novela “Las
aventuras del joven Werther” (1774), que narra la trágica historia de amor
del joven Werther por Carlota, una mujer casada; la imposibilidad de este amor
lleva al protagonista al suicidio.
En España, su triunfo coincide con
la muerte de Fernando VII y el reinado
de Isabel II (1833-1868) que permite el regreso de los liberales españoles que
se habían exiliado. Llega a su plenitud en torno a 1935 (estreno
de “D. Álvaro o la fuerza del sino” del duque de Rivas).
B) El ESPÍRITU ROMÁNTICO:
1) Subjetivismo y exaltación del “yo”. El artista se
muestra a sí mismo en sus obras, exhibe sus sentimientos sin pudor y tiene una
visión subjetiva del mundo. El
subjetivismo se manifiesta en la preferencia por una naturaleza acorde con
sus sentimientos, una naturaleza salvaje, misteriosa y agreste:
bosques umbríos, mares tempestuosos, tempestades, acantilados, la noche; entre los paisajes urbanos predominan el
cementerio, las ruinas, los castillos. Asimismo son frecuentes los ambientes
primaverales u otoñales, que se identifican con la melancolía del poeta. Y frente
a la
realidad racional de los
ilustrados la literatura romántica incorporó temas fantásticos y hechos
misteriosos.
2) Libertad.
El individualismo romántico no admite ningún tipo de trabas y reclama una
libertad absoluta en todos los ámbitos: político (exaltación de lo nacional, e
las lenguas vernáculas y de lo característico de cada país), moral (obrar sin
normas), religioso (profesar la religión que se quisiera) , afectivo y
artístico (no se respetan los géneros, se mezcla el verso y la prosa...).
3) Dolor existencial. El
espíritu idealista del romántico choca con la realidad mediocre y rutinaria,
frente a la que reacciona mediante la rebeldía (crítica de la sociedad),
la angustia o la evasión
(en el pasado idealizado de la Edad Media, en las leyendas y en los países
lejanos y exóticos, en el mundo de la infancia, en los sueños y en la
fantasía).
4) Valoración
del genio o talento (el artista se convierte en ser casi divino) por encima
del trabajo y de la inteligencia. La sensibilidad, la imaginación y las
pasiones sustituirán a la razón del XVIII.
PRINCIPALES AUTORES
LARRA
1809/1837
ESPRONCEDA
(1808/1842)
BÉCQUER
(1836/1870)
ROSALÍA
(1837/1885)
TEATRO
ROMÁNTICO
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Mariano
José de Larra destaca
sobre todo por sus artículos
periodísticos, que se pueden
incluir dentro del género del ENSAYO (texto de extensión variable y de
carácter reflexivo, que analiza un tema sobre el cual se vierten opiniones y
reflexiones) . En el siglo XIX el periodismo experimentó un
enorme auge y sirvió como medio de difusión para géneros como el ENSAYO, el
COSTUMBRISMO (“cuadro de costumbres” es una descripción de cualquier cosa
pintoresca: objetos, tipos, diversiones, etc) y el FOLLETÍN (publicación por
capítulos de novelas ya aparecidas).
Los ARTÍCULOS de Larra fueron apareciendo en una
serie de periódicos y revistas (como “El pobrecito hablador”) y
recogidos posteriormente por el propio autor bajo el título de “Colección
de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres”. La mayor
parte de los textos los escribió utilizando diversos seudónimos (el más
famoso de todos fue el de ‘Fígaro’).
En sus “Artículos de costumbres”, Larra critica el atraso y la
incultura de la España de su
tiempo. Cada uno de ellos presenta una estructura similar. a)
Planteamiento del tema; b)ejemplo concreto y c) final de carácter reflexivo.
Los más célebres son “El café”, “El castellano viejo” , “Vuelva usted
mañana”, “El casarse pronto y mal”, “El día de difuntos de 1836”. A
diferencia de los autores costumbristas, Larra no se limita a describir, sino
que trata de hacer una reflexión , extrayendo conclusiones acerca del
comportamiento y el carácter de la
sociedad, parecidas a las de los escritores ilustrados Feijoo, Cadalso y
Jovellanos. En su crítica a muchas costumbres se mezcla su anhelo de libertad
y modernidad con cierto espíritu exquisito y elitista que desdeña todo lo
vulgar. Critica la holgazanería, la brutalidad, la presunción, la hipocresía,
la estupidez, la suciedad, el mal gusto, etc.
El estilo de Larra es mordaz e incisivo; sus recursos más frecuentes son la
caricatura, las enumeraciones caóticas, la parodia y, sobre todo, la
ironía y el sarcasmo.
José
de Espronceda escribió numerosos
poemas en los que canta a personajes rebeldes o marginales: El mendigo, el reo de muerte,
El verdugo, El cosaco, Canción del pirata.
Sus obras más ambiciosas son “El estudiante de Salamanca” y
“El diablo mundo”. “El estudiante
de Salamanca” es un gran poema narrativo. El protagonista es don Félix de
Montemar, cuya amada, Elvira, abandonada por él, muere de pena.
“El
diablo mundo” quedó sin terminar. Pretendía ser
una especie de epopeya de la vida humana. Su protagonista, Adán, se enfrenta
con la realidad, con las deformidades del mundo, y descubre la gran
injusticia de la muerte. Lo mejor de la obra es un poema inserto en ella,
el “Canto a Teresa”, verdadera
elegía a la muerte de su amada Teresa Mancha.
Gustavo Adolfo Bécquer escribió obras en prosa y poesía. En prosa
destacan: “Leyendas” (veintiocho relatos en donde destacan lo misterioso, lo sobrenatural, el amor
imposible) y “Cartas desde
mi celda” (crónicas escritas durante una estancia de
reposos en el monasterio de Veruela).
Pero su obra más conocida son las RIMAS. Ochenta y seis
poemas (79 en el “Libro de los gorriones” y otras siete aparte) que , tras su
muerte, sus amigos ordenaron en cuatro grupos:
a)Rimas
sobre la poesía misma; b) Poemas de
amor ilusionado o dichoso; c) Poemas
de amor frustrado; d) Poemas sobre el dolor de vivir, la soledad, la
angustia, al muerte...
En gallego escribe: “Cantares gallegos”(1863), libro que refleja la cultura popular
de Galicia, y “Follas novas”, de
un tono más profundo y melancólico, de desasosiego espiritual. En castellano
escribe “En las orillas del Sar”, poemas que reflejan una vida “despojada de
todas las esperanzas, creencias e ilusiones”.
Los teatros cambiaron su arquitectura (los
“corrales”), que se adaptó al modelo italiano de sala cubierta y butacas.
Características del drama romántico:
1º- Temas: el tema fundamental es el amor y la fatalidad.
La imposibilidad de alcanzar un amor puro y perfecto en un ambiente hostil
hace que los finales sean trágicos. La fatalidad, el destino romántico, no es
un hado inexorable, sino un componente que sirve para subrayar el choque
entre los protagonistas y su realidad.
2º. Los personajes: Los héroes románticos suelen tener un origen
desconocido o bien ocultan su personalidad; están poseídos por una pasión
absoluta y su comportamiento oscila bruscamente de la felicidad a la
desesperación; tienen dos grandes aspiraciones: el amor a la libertad y el
amor a la mujer. Las heroínas, siempre bellas física y espiritualmente,
representan el amor.
3º Estructura: El número de actos varía de tres a cinco, y,
frente al teatro neoclásico, no se respeta le “ley de las tres unidades”.
4º Otras características:
·
· Se mezcla tragedia y comedia para relazar el contraste entre
los ideales y la realidad.
·
· Se mezcla verso y prosa, aunque
a la larga se impone el verso con polimetría.
·
· La escenografía (efectos de
luces y sonidos) adquiere gran importancia, y sirve para dar al teatro
carácter de espectáculo.
·
· Se subraya el carácter
inexorable del paso del tiempo, que se pone en relación con el destino fatal
que siempre persigue al héroe romántico.
·
· Se expresan los anhelos de una
sociedad más justa: defensa de la libertad y del derecho a la rebelión frente
a los tiranos y malos gobiernos, reivindicación de la felicidad íntima de los
individuos.
El triunfo del drama romántico se produce en 1934, cuando
se estrena “La conjuración de Venecia” de Martínez de la Rosa y “Macías” de
Larra. En 1935 se estrena “Don
Álvaro” del duque de Rivas,
en 1937 “Los amantes de Teruel” de Hartzenbusch., y en 1944 “Don Juan
Tenorio”. El mejor
drama romántico español quizá sea “Don Álvaro o la fuerza del sino”.
Don Álvaro encarna de modo arquetípico las características del héroe
romántico –ansia de amor imposible, mundo hostil- en quien se ceba el destino
de modo que una serie de sucesos trágicos lo persigue hasta el final.
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ARGUMENTO Y ESTRUCTURA INTERNA
Presentación
Varios habitantes de Sevilla, Preciosilla y el canónigo conversan sobre temas cotidianos en la taberna de tío Paco. Cotillean sobre don Álvaro y su relación con Leonor.
Nudo
Doña Leonor planea escaparse con don Álvaro, acompañada de su criada Curra y el esposo de ésta, Antonio. Tiene dudas sobre su decisión, debido a la oposición de su padre. Llega don Álvaro, y le expone sus dudas. Mientras tanto llega su padre, el Marqués de Calatrava, y contempla la escena. Se enzarza en una discusión con ambos, y se pelea con su hija. Don Álvaro saca una pistola y le pide al marqués que lo mate. Éste se niega, y don Álvaro deja caer la pistola, que se dispara sola y mata al marqués.
En una taberna de la villa de Hornachuelos, un estudiante, amigo de don Carlos y don Alfonso, hijos del marqués de Calatrava, comenta la intención de éstos de vengar la muerte de su padre. Leonor, allí presente, lo escucha y se escapa. Huye al convento de los Ángeles, donde pide al padre guardián refugio en el convento, y éste se lo concede.
En Veletri, don Carlos juega una partida de cartas con unos oficiales del ejército. Éstos creen que ha(ce) trampas y se pelean. Don Álvaro, allí presente, huido a Italia, lo escucha y va en su ayuda. Hace huir a los oficiales y se hace amigo de don Carlos, aunque ocultando ambos su verdadera identidad.
En la guerra hieren a don Álvaro, y don Carlos lo auxilia y lleva al cirujano para que lo cure. Don Álvaro le pide que queme una caja que está dentro de su maleta, que contiene papeles importantes. Y al hacerlo don Carlos ve un retrato de su hermana Leonor, y descubre quién es su amigo en realidad. Cuando don Álvaro se recupera, Carlos le revela quién es, se pelean y muere don Carlos. Detienen a don Álvaro por ello, y es condenado a pena de muerte. Pero hay rebelión en el ejército, y lo dejan sin vigilancia y escapa.
En la guerra hieren a don Álvaro, y don Carlos lo auxilia y lleva al cirujano para que lo cure. Don Álvaro le pide que queme una caja que está dentro de su maleta, que contiene papeles importantes. Y al hacerlo don Carlos ve un retrato de su hermana Leonor, y descubre quién es su amigo en realidad. Cuando don Álvaro se recupera, Carlos le revela quién es, se pelean y muere don Carlos. Detienen a don Álvaro por ello, y es condenado a pena de muerte. Pero hay rebelión en el ejército, y lo dejan sin vigilancia y escapa.
Desenlace
Don Álvaro se hace cura en el convento de los Ángeles. Viene a verle don Alfonso, para vengar la muerte de su padre y su hermano. Se pelean, y don Álvaro hiere a don Alfonso. Don Álvaro pide auxilio a doña Leonor, sin saber que es ella. Ella les reconoce y es Alfonso, quien la mata, y al momento muere él también. Presa de una profunda pena, don Álvaro se suicida arrojándose desde lo alto de un monte.
Jornada segunda
La acción transcurre en Sevilla, a las orillas del Guadalquivir, en 1545, en los últimos años del Emperador Carlos V. La primera parte transcurre en la noche de carnaval.
Hace un tiempo Don Juan y Don Luis Mejía habían apostado para ver "quien de ambos sabía obrar peor, con mejor fortuna, en el término de un año", ese día se cumplía el lapso de tiempo, por lo tanto, Don Luis y Don Juan se vuelven a encontrar en la hostería de Buttarelli donde comparan sus hazañas.
Escena XII, 1ª Parte - Acto I (Fragmento): D. Juan relata sus hazañas para ver quién ha ganado la apuesta:
DON JUAN:
Como gustéis, igual es,
que nunca me hago esperar.
Pues, señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas, di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio.
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el Emperador,
con ella y con Francia en guerra,
díjeme: «¿Dónde mejor?
Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos».
Di, pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos.
En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.
De aquellos días la historia
a relataros renuncio;
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas caprichosas,
las costumbres licenciosas,
yo gallardo y calavera,
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma por fin
como os podéis figurar,
con un disfraz harto ruin
y a lomos de un mal rocín,
pues me quería ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él.
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba,
y cualquier empresa abarca
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hubo escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo razón ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
A esto don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió,
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.
Los rivales cuentan los muertos en batalla y las mujeres seducidas, al finalizar Don Juan queda como
vencedor, sin embargo Don Luis lo vuelve a desafiar diciéndole a Don Juan que lo que le falta en la lista es "una novicia que esté para profesar", entonces Don Juan le vuelve a apostar a Don Luis que conquistará a una novicia y que además, le quitará a su prometida, Doña Ana de Pantoja.
D. LUIS:
¡Oh! Y vuestra lista es cabal.
D. JUAN:
Desde una princesa real
a la hija de un pescador,
¡oh!, ha recorrido mi amor
toda la escala social.
¿Tenéis algo que tachar?
D. LUIS:
Sólo una os falta en justicia.
D. JUAN:
¿Me la podéis señalar?
D. LUIS:
Sí, por cierto: una novicia
que está para profesar.
D. JUAN:
¡Bah! Pues yo os complaceré
doblemente, porque os digo
que a la novicia uniré
la dama de algún amigo
que para casarse esté
.
D. LUIS:
¡Pardiez, que sois atrevido!
D. JUAN:
Yo os lo apuesto si queréis.
D. LUIS:
Digo que acepto el partido.
Para darlo por perdido,
¿queréis veinte días?
D. JUAN:
Seis.
D. LUIS:
¡Por Dios, que sois hombre
extraño!
¿cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
D. JUAN:
Partid los días del año
entre las que ahí encontréis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas.
Pero, la verdad a hablaros,
pedir más no se me antoja,
porque, pues vais a casaros,
mañana pienso quitaros
a doña Ana de Pantoja.
D. LUIS:
Don Juan, ¿qué
es lo que decís?
D. JUAN:
Don Luis, lo que oído habéis.
DON LUIS:
Ved, don Juan, lo que
emprendéis.
DON JUAN:
Lo que he de lograr, don Luis.
[...]
DON LUIS:
¿Estáis en lo dicho?
DON JUAN:
Sí.
DON LUIS:
Pues va la vida.
DON JUAN:
Pues va.
Al oír el desafío, el comendador Don Gonzalo de Ulloa, padre de Doña Inés, que llevaba en un convento desde su infancia y estaba destinada a casarse con Don Juan, deshace el matrimonio convenido. Por la noche, Don Juan seduce a Doña Ana haciéndose pasar por su prometido. Después, escala los muros del convento donde está encerrada Doña Inés y la rapta. Don Juan y Doña Inés se enamoran locamente.
En este fragmento Doña Inés empieza a manifestar su turbación y enamoramiento de Don Juan, tras serle entregada una carta de éste y poco antes de que escale los muros del convento y la rapte:
Dª INÉS:
No sé: desde que le vi,
Brígida mía, y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo.
No sé qué fascinación
en mis sentidos ejerce,
que siempre hacia él
se me tuerce
la mente y el corazón:
y aquí y en el oratorio,
y en todas partes, advierto
que el pensamiento divierto
con la imagen de Tenorio.
Y en este otro fragmento, Doña Inés se despierta en casa de Don Juan, tras ser raptada, y Don Juan la
enamora con sus palabras y le declara su amor; Doña Inés le responde, en un diálogo inflamado de pasión y que es uno de los fragmentos más famosos de Don Juan Tenorio. La llamada “escena del sofá”:
D. JUAN:
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí; y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto,
ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí, bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando vida mía,
la esclavitud de tu amor.
Dª INÉS:
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré
resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.
Don Luis y Don Gonzalo se enfrentan al protagonista en un duelo y Don Gonzalo muere, por lo que Don Juan tiene que huir a Italia.
En la segunda parte, cinco años después, Don Juan regresa a Sevilla y visita el cementerio donde está
enterrada Doña Inés, que murió de amor.
Reproducimos un fragmento del diálogo entre Don Juan y el escultor que, en el cementerio, esculpe las estatuas de los muertos provocados por Don Juan. Allí mismo, en el cementerio, Don Juan .se entera de la muerte de su amada Doña Inés:
D. JUAN:
Mas, ¡cielos, qué es lo que veo!
O es ilusión de mi vista,
o a doña Inés el artista
aquí representa, creo.
ESCULTOR:
Sin duda.
D. JUAN:
¿También murió?
ESCULTOR:
Dicen que de sentimiento
cuando de nuevo al convento
abandonada volvió
por don Juan.
D. JUAN:
¿Y yace aquí?
ESCULTOR:
Sí.
D. JUAN:
¿La visteis muerta vos?
ESCULTOR:
Sí.
D. JUAN:
¿Cómo estaba?
ESCULTOR:
¡Por Dios,
que dormida la creí!
La muerte fue tan piadosa
con su cándida hermosura,
que la envió con la frescura
y las tintas de la rosa.
D. JUAN:
¡Ah! Mal la muerte podría
deshacer con torpe mano
el semblante soberano
que un ángel envidiaría.
¡Cuán bella y cuán parecida
su efigie en el mármol es!
¿Quién pudiera, doña Inés,
volver a darte la vida!
¿Es obra del cincel vuestro?
ESCULTOR:
Como todas las demás.
Doña Inés también ha hecho una apuesta, pero con Dios: si logra el arrepentimiento del joven, los dos se salvarán pero, si no lo consigue, se condenarán eternamente. Ante la tumba de Don Gonzalo, Don Juan invita al comendador a cenar y éste lo invita a su vez a compartir la mesa de piedra con él en el panteón.
Cuando el espíritu del Comendador está a punto llevarse a Don Juan al infierno, Doña Inés interviene y le ruega que se arrepienta. La joven gana la apuesta y los dos suben al cielo rodeados de cantos e imágenes celestiales:
(Don Juan se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la
mano que le deja libre la estatua. Las sombras,
esqueletos, etc., van a abalanzarse sobre él, en este
momento se abre la tumba de doña Inés y aparece
ésta. Doña Inés toma la mano que don Juan tiende al
cielo.)
DOÑA INÉS:
¡No! Heme ya aquí,
don Juan mi mano asegura
esta mano que a la altura
tendió tu contrito afán,
y Dios perdona a don Juan
al pie de la sepultura.
DON JUAN:
¡Dios clemente! ¡Doña Inés!
DOÑA INÉS:
Fantasmas, desvaneceos:
su fe nos salva..., volveos
a vuestros sepulcros, pues.
La voluntad de Dios es
de mi alma con la amargura
purifiqué su alma impura,
y Dios concedió a mi afán
la salvación de don Juan
al pie de la sepultura.
DON JUAN:
¡Inés de mi corazón!
DOÑA INÉS:
Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en
comprensión
no cabe de criatura:
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura.
Cesad , cantos funerales
(Cesa la música y salmodia.)
callad, mortuorias campanas
(Dejan de tocar a muerto.)
ocupad, sombras livianas,
vuestras urnas sepulcrales
(Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cierran.)
volved a los pedestales,
animadas esculturas;
(Vuelven las estatuas a sus lugares.)
y las celestes venturas
en que los justos están,
empiecen para don Juan
en las mismas sepulturas.
(Las flores se abren y dan paso a varios angelitos que
rodean a DOÑA INÉS y a DON JUAN, derramando sobre
ellos flores y perfumes, y al son de una música dulce y
lejana, se ilumina el teatro con luz de aurora. DOÑA
INÉS cae sobre un lecho de flores, que quedará a la
vista en lugar de su tumba, que desaparece.)
Escena última
DOÑA INÉS, DON JUAN, LOS ÁNGELES
DON JUAN:
¡Clemente Dios, gloria a Ti!
Mañana a los sevillanos
aterrará el creer que a manos
de mis víctimas caí.
Mas es justo: quede aquí
al universo notorio
que, pues me abre el
purgatorio
un punto de penitencia,
es el Dios de la clemencia
el Dios de Don Juan Tenorio.
(Cae DON JUAN a los pies de DOÑA INÉS, y mueren
ambos. De sus bocas salen sus almas representadas en
dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al
son de la música.) Cae el telón
LA PROSA ROMÁNTICA
Características
La prosa romántica recoge las características generales del Romanticismo.
· Exaltación del yo. Se expresan los temas desde un subjetivismo y es importante lo individual. Se expresan emociones y sentimientos.
· Libertad. El hombre defiende su derecho a ser libre y rechaza las normas.
· Nacionalismo. Los autores muestran un apego a la nación, a su país.
· Evasión. Puesto que están insatisfechos con el mundo que le rodea, se evaden a mundos medievales, legendarios y remotos.
· Descripciones de la naturaleza con un carácter dinámico. Las tormentas y los lugares desolados muestran el interior triste y melancólico del poeta.
· Imaginación. Les atrae lo imaginativo, lo original.
· Irracionalidad y muerte. Gusto por la muerte, lo irracional y el más allá. En las obras aparece la muerte, lo macabro y lo grotesco.
La novela histórica
Fruto de la evasión y del gusto por lo lejano de estos autores, nace un tipo de novela denominada novela histórica, en la que el escritor desarrolla una sucesión de hechos enmarcados en un acontecimiento histórico real. Es decir, se mezcla la ficción y historia. Estos acontecimientos suelen estar inspirados en la Edad Media.
El autor europeo más importante que compone novela histórica esWalter Scott, que destaca por su obra Waverley, Ivanhoe o Rob Roy. Otros autores son Alejandro Dumas, con Los tres mosqueteros, Víctor Hugo, que compone Los miserables y Mary Shelley, famosa por su novela Frankestein.
LA PROSA ROMÁNTICA ESPAÑOLA
Dentro de la prosa del Romanticismo español, vamos a destacar fundamentalmente dos subgéneros: la novela histórica y el cuadro de costumbres.
La novela histórica
Como ya hemos explicado, la novela histórica es un tipo de novela en la que los hechos que suceden a los protagonistas se encuentran situados dentro de un acontecimiento o momento histórico real.
El autor más importante de la novela histórica en España es Enrique Gil y Carrasco, que alcanza la fama con su obra El señor de Bembibre. La obra comienza así:
En una tarde de mayo de uno de los primeros años del siglo XIV, volvían de la feria de San Marcos de Cacabelos tres, al parecer, criados de alguno de los grandes señores que entonces se repartían el dominio del Bierzo (...)
Junto a Gil y Carrasco y su obra, debemos añadir también la obraSancho Saldaña, de José de Espronceda, que igualmente narra los amores frustrados de los protagonistas.
El costumbrismo es una tendencia artística en la que la obra de arte busca reflejar las costumbres de la sociedad.
En literatura, el cuadro de costumbres, es un tipo de texto breve que muestra acciones sencillas de la vida cotidiana con personajes reales y creíbles. Predomina la descripción de los personajes y los lugares y se defiende lo tradicional frente al progreso.
Los autores más importantes del costumbrismo literario en España son Ramón de Mesonero Romanos (Escenas matritenses) y Serafín Estebánez Calderón (Escenas andaluzas)
Mariano José de Larra
Mariano José de Larra nació en Madrid, aunque pasó gran parte de su infancia en Francia. Fue escritor, periodista y político y es uno de los máximos exponentes del Romanticismo literario.
Escribió cuadros de costumbres, artículos periodísticos, un drama histórico Macías, obras poéticas y una novela histórica El doncel de don Enrique el Doliente, ambientada en la Edad Media.
Sus artículos se pueden clasificar en:
· Artículos de costumbres. Larra reflexiona sobre la situación cultural y los valores de la sociedad española.
· Artículos políticos. Critica tanto a los carlistas y partidarios del absolutismo como a los liberales.
· Artículos de crítica literaria. En estos artículos se refleja la formación ilustrada del escritor.
"VUELVA USTED MAÑANA"
El Pobrecito Hablador, nº 11, enero de 1833
Gran persona debió de ser el primero que
llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que
ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos
más serios de lo que nunca nos habíamos
propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas
investigaciones acerca de la historia de
este pecado, por más que conozcamos que hay
pecados que pican en historia, y que la historia
de los pecados sería un tanto cuanto divertida.
Convengamos solamente en que esta institución
ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más
de un cristiano.
Estas reflexiones hacía yo casualmente no
hace muchos días, cuando se presentó en mi
casa un extranjero de estos que en buena o en
mala parte han de tener siempre de nuestro país
una idea exagerada e hiperbólica, de estos que o
creen que los hombres aquí son todavía los
espléndidos, francos, generosos y caballerescos
seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus
nómadas del otro lado del Atlante: en el primer
caso vienen imaginando que nuestro carácter se conserva tan intacto como nuestra ruina; en el
segundo vienen temblando por esos caminos, y
preguntan si son los ladrones que los han de despojar
los individuos de algún cuerpo de guardia
establecido precisamente para defenderlos de los
azares de un camino, comunes a todos los países.
Verdad es que nuestro país no es de aquellos
que se conocen a primera ni segunda vista, y si
no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo
compararíamos de buena gana a esos juegos de
manos sorprendentes e inescrutables para el que
ignora su artificio, que estribando en una grandí-
sima bagatela, suelen, después de sabidos dejar
asombrado de su poca perspicacia al mismo que
se devanó los sesos por buscarles causas
extrañas. Muchas veces la falta de una causa
determinante en las cosas nos hace creer que
debe de haberlas profundas para mantenerlas al
abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo
del hombre, que más quiere declarar en alta voz
que las cosas son incomprensibles cuando no las
comprende él, que confesar que el ignorarlas
puede depender de su torpeza.
Esto no obstante, como quiera que entre nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia
de los verdaderos resortes que nos mueven,
no tendremos derecho para extrañar que los
extranjeros no las puedan tan fácilmente penetrar.
Un extranjero de éstos fue el que se presento
en mi casa, provisto de competentes cartas
de recomendación para mi persona. Asuntos
intrincados de familia, reclamaciones futuras, y
aún proyectos vastos concebidos en París de
invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual
especulación industrial o mercantil, eran los
motivos que a nuestra patria le conducían.
Acostumbrado a la actividad en que viven
nuestros vecinos, me aseguró formalmente que
pensaba permanecer aquí muy poco tiempo,
sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro
en que invertir su capital. Parecióme el extranjero
digno de alguna consideración, trabé presto
amistad con él y lleno de lástima traté de persuadirle
a que se volviese a su casa cuanto antes,
siempre que seriamente trajese otro fin que no
fuese el de pasearse. Admiróle la proposición, y
fue preciso explicarme más claro. «Mirad, le
dije Mr. Sans-délai, que así se llamaba; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar
en ellos vuestros asuntos. —Ciertamente, me
contestó. Quince días, y es mucho. Mañana por
la mañana buscamos un genealogista para mis
asuntos de familia; por la tarde revuelve sus
libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya
sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones,
pasado mañana las presento fundadas en los
datos que aquél me dé, legalizadas en debida
forma; y como será una cosa clara y de justicia
innegable (pues solo en este caso haré valer mis
derechos), al tercer día se juzga el caso y soy
dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones,
en que pienso invertir mis caudales, al cuarto
día ya habré presentado mis proposiciones.
Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas
en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo
y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid;
descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento
en la diligencia, si no me conviene estar más
tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me
sobran de los quince, cinco días.»
Al llegar aquí Mr. Sans-délai traté de
reprimir una carcajada que me andaba retozando
ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue
bastante a impedir que se asomase a mis labios
una suave sonrisa de asombro y de lástima que
sus planes ejecutivos me sacaban al rostro, mal
de mi grado. «Permitidme, Mr. Sans-délai, le
dije entre socarrón y formal, permitidme que os
convide a comer para el día en que llevéis quince
meses de estancia en Madrid. —¿Cómo? —
Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
—¿Os burláis? —No por cierto. —¿No me
podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la
idea es graciosa! —Sabed que no estáis en vuestro
país activo y trabajador. — ¡Oh!, los españoles
que han viajado por el extranjero han adquirido
la costumbre de hablar mal de su país por
hacerse superiores a sus compatriotas.-Os aseguro
que en los quince días con que contáis no
habréis podido hablar siquiera a una sola de las
personas cuya cooperación necesitáis. -¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi
actividad. —Todos os comunicarán su inercia.»
Conocí que no estaba el señor de Sansdélai
muy dispuesto a dejarse convencer sino
por la experiencia, y callé por entonces, bien
seguro de que no tardarían mucho los hechos en hablar por mí.
Amaneció el día siguiente, y salimos
entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo
se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y
de conocido en conocido: encontrámosle por fin,
y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación,
declaró francamente que necesitaba
tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho
favor nos dijo definitivamente que nos diéramos
una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme
y marchámonos. Pasaron tres días; fuimos.
«Vuelva usted mañana, nos respondió la criada,
porque el señor no se ha levantado todavía. —
Vuelva usted mañana, nos dijo al siguiente día,
porque el amo acaba de salir. —Vuelva usted
mañana, nos respondió el otro, porque el amo
está durmiendo la siesta. —Vuelva usted mañana,
nos respondió el lunes siguiente, porque hoy
ha ido a los toros.» ¿Qué día, a qué hora se ve a
un español? Vímosle por fin, y «Vuelva usted
mañana, nos dijo porque se me ha olvidado.
Vuelva usted mañana, porque no está en limpio.»
A los quince días ya estuvo; pero mi amigo
le había pedido una noticia del apellido Díez, y
él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi
amigo, desesperado ya de dar jamás con sus
abuelos.
Es claro que faltando este principio no
tuvieron lugar las reclamaciones.
Para las proposiciones que acerca de
varios establecimientos y empresas utilísimas
pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor;
de mañana en mañana nos llevó hasta el
fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero
diariamente para comer, con la mayor urgencia;
sin embargo, nunca encontraba momento oportuno
para trabajar. El escribiente hizo después otro
tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras,
porque un escribiente que sepa escribir no le hay
en este país.
No paró aquí; un sastre tardó veinte días
en hacerle un frac que le había mandado llevarle
en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con
su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora
necesitó quince días para plancharle una
camisola; y el sombrerero a quien le había
enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos
días con la cabeza al aire y sin salir de casa.
Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni
respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y
qué exactitud!
«¿Qué os parece de esta tierra, Mr. Sansdélai?,
le dije al llegar a estas pruebas. —Me
parece que son hombres singulares... —Pues así
son todos. No comerán por no llevar la comida a
la boca.»
Presentóse con todo, yendo y viniendo
días, una proposición de mejoras para un ramo
que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente.
A los cuatro días volvimos a saber el éxito
de nuestra pretensión. «Vuelva usted mañana,
nos dijo el portero. El oficial de la mesa no ha
venido hoy. —Grande causa le habrá detenido»
dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos
encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la
mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta
con su señora al hermoso sol de los inviernos
claros de Madrid.
Martes era al día siguiente, y nos dijo el
portero: «Vuelva usted mañana, porque el señor
oficial de la mesa no da audiencia hoy. —
Grandes negocios habrán cargado sobre él», dije yo. Como soy el diablo y aún he sido duende,
busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero
de una cerradura. Su señoría estaba echando
un cigarrito al brasero, y con una charada del
Correo entre manos que le debía costar trabajo
el acertar. «Es imposible verle hoy, le dije a mi
compañero; su señoría está en efecto ocupadísimo.»
Dionos audiencia el miércoles inmediato,
y, ¡qué fatalidad!, el expediente había pasado a
informe, por desgracia a la única persona enemiga
indispensable de monsieur y de su plan, porque
era quien debía salir en él perjudicado.
Vivió el expediente dos meses en informe, y
vino tan informado como era de esperar. Verdad
es que nosotros no habíamos podido encontrar
empeño para una persona muy amiga del informante.
Esta persona tenía unos ojos muy hermosos,
los cuales sin duda alguna le hubieran convencido
en sus ratos perdidos de la justicia de
nuestra causa.
Vuelto de informe se cayó en la cuenta en
la sección de nuestra bendita oficina de que el
tal expediente no correspondía a aquel ramo; era
preciso rectificar este pequeño error; pasóse al ramo establecimiento y mesa correspondientes, y
hétenos caminando después de tres meses a la
cola siempre de nuestro expediente, como hurón
que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto
ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí
que el expediente salió del primer establecimiento
y nunca llegó al otro. «De aquí se remitió con
fecha tantos, decían en uno. —Aquí no ha llegado
nada, decían en otro. —¡Voto va!, dije yo a
Mr. Sans-délai; ¿sabéis que nuestro expediente
se ha quedado en el aire como el alma de
Garibay, y que debe de estar ahora posado como
una paloma sobre algún tejado de esta activa
población?»
Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empe-
ños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio! «Es
indispensable, dijo el oficial con voz campanuda,
que esas cosas vayan por sus trámites regulares.»
Es decir, que el toque estaba como el toque
del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente
tantos o cuantos años de servicio.
Por último, después de cerca de medio
año de subir y bajar, y estar a la firma, o al
informe, o a la aprobación, o al despacho, o
debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía: «A
pesar de la justicia y utilidad del plan del
exponente, negado.» —«¡Ah, ah! Mr. Sans-délai,
exclamé riéndome a carcajadas; éste es nuestro
negocio.» Pero Mr. Sans-délai se daba a todos
los oficinistas, que es como si dijéramos a todos
los diablos. «¿Para esto he echado yo mi viaje
tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido
sino que me digan en todas partes diariamente:
Vuelva usted mañana, y cuando este
dichoso mañana llega en fin, nos dicen redondamente
que no? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y
vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga
más enredada se haya fraguado para oponerse a
nuestras miras. —¿Intriga, Mr. Sans-délai? No
hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga.
La pereza es la verdadera intriga; os juro que
no hay otra: ésa es la eran causa oculta: es más
fácil negar las cosas que enterarse de ellas.»
Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio
algunas razones de las que me dieron para la
anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión.
«Ese hombre se va a perder, me decía un
personaje muy grave y muy patriótico. —Esa no es una razón, le repuse: si él se arruina, nada se
habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará
el castigo de su osadía o de su ignorancia.
—¿Cómo ha de salir con su intención? —Y
suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse;
¿no puede uno aquí morirse siquiera sin
tener un empeño para el oficial de la mesa? —
Puede perjudicar a los que hasta ahora han
hecho de otra manera eso mismo que ese señor
extranjero quiere. ¿A los que lo han hecho de
otra manera, es decir, peor? —Sí, pero lo han
hecho. —Sería lástima que se acabara el modo
de hacer mal las cosas. ¿Conque, porque siempre
se han hecho las cosas del modo peor posible,
será preciso tener consideraciones con los
perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si
podrían perjudicar los antiguos al moderno. —
Así está establecido ; así se ha hecho hasta aquí;
así lo seguiremos haciendo. —Por esa razón
deberían darle a usted papilla todavía como
cuando nació. —En fin, señor Fígaro, es un
extranjero. —¿Y por qué no lo hacen los naturales
del país? —Con esas socaliñas vienen a
sacarnos la sangre. —Señor mío, exclamé, sin
llevar más adelante mi paciencia; está usted en
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un error harto general. Usted es como muchos
que tienen la diabólica manía de empezar siempre
por poner obstáculos a todo lo bueno, y el
que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco
orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar
todo y no reconocer maestros. Las naciones que
han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no
han encontrado otro remedio que el de recurrir a
los que sabían más que ellas.»
Un extranjero, seguí, que corre a un país
que le es desconocido, para arriesgar en él sus
caudales, pone en circulación un capital nuevo,
contribuye a la sociedad, a quien hace un
inmenso beneficio con su talento y su dinero. Si
pierde, es un héroe; si gana es muy justo que
logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona
ventajas que no podíamos acarrearnos
solos. Este extranjero que se establece en este
país no viene a sacar de él el dinero, como usted
supone; necesariamente se establece y se arraiga
en él, y a la vuelta de media docena de años, ni
es extranjero ya, ni puede serlo; sus más caros
intereses y su familia le ligan al nuevo país que
ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha
hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y sus
nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha
venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole
y haciéndole producir; ha dejado otro
capital de talento, que vale por lo menos tanto
como el del dinero; ha dado de comer a los
pocos o muchos naturales de quien ha tenido
necesariamente que valerse; ha hecho una mejora,
y hasta ha contribuido al aumento de la
población con su nueva familia. Convencidos de
estas importantes verdades, todos los Gobiernos
sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros:
a su grande hospitalidad ha debido siempre
la Francia su alto grado de esplendor; a los
extranjeros de todo el mundo que ha llamado la
Rusia ha debido el llegar a ser una de las primeras
naciones en muchísimo menos tiempo que el
que han tardado otras en llegar a ser las últimas;
a los extranjeros han debido los Estados
Unidos..., pero veo por sus gestos de usted, concluí
interrumpiéndome oportunamente a mí
mismo, que es muy difícil convencer al que está
persuadido de que no se debe convencer. ¡Por
cierto si usted mandara podríamos fundir en
usted grandes esperanzas!» Concluida esta filípica, fuime en busca de
mi Sans-délai. «Me marcho, señor Fígaro, me
dijo: en este país no hay tiempo para hacer nada;
sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital
de más notable.
—¡Ay!, mi amigo, le dije, idos en paz, y
no queráis acabar con vuestra poca paciencia;
mirad que la mayor parte de nuestras cosas no
se ven. —¿Es posible? —¿Nunca me habéis
de creer? Acordaos de los quince días...» Un
gesto de Mr. Sans-délai me indicó que no le
había gustado el recuerdo.
«Vuelva usted mañana, nos decían en
todas partes, porque hoy no se ve. —Ponga
usted un memorialito para que le den a usted un
permiso especial.» Era cosa de ver la cara de mi
amigo al oír lo del memorialito: representábasele
en la imaginación el informe, y el empeño, y los
seis meses, y... Contentóse con decir: Soy
extranjero. ¡Buena recomendación entre los
amables compatriotas míos! Aturdíase mi amigo
cada vez más, y cada vez nos comprendía
menos. Días y días tardamos en ver las pocas
rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después
de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi
recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra,
y dándome la razón que yo ya antes me
tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes
de nuestras costumbres; diciendo sobre todo,
que en seis meses no había podido hacer otra
cosa sino volver siempre mañana, y que a la
vuelta de tanto mañana, enteramente futuro, lo
mejor o más bien lo único que había podido
hacer bueno había sido marcharse.
¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que
has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá
razón el buen Mr. Sans-délai en hablar mal
de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de
que vuelva el día de mañana con gusto a visitar
nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para
mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy:
si mañana u otro día no tienes, como sueles,
pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu
bolsillo, y pereza de abrir los ojos para ojear las
hojas que tengo que darte todavía, te contaré
cómo a mí mismo que todo esto veo y conozco
y callo mucho más, me ha sucedido muchas
veces, llevado de esta influencia, hija del clima
y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa: abandonar más de una pretensión
empezada, y las esperanzas de más de
un empleo, que me hubiera sido acaso, con
más actividad, poco menos que asequible;
renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita
justa o necesaria, a relaciones sociales que
hubieran podido valerme de mucho en el transcurso
de mi vida; te confesaré que no hay negocio
que no pueda hacer hoy que no deje para
mañana; te referiré que me levanto a las once, y
duermo siesta; que paso haciendo quinto pie de
la mesa de un café hablando o roncando, como
buen español, las siete y las ocho horas seguidas;
te añadiré que cuando cierran el café me
arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque
de pereza no tengo más que una), y un cigarrito
tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando
sin cesar, las doce o la una de la madrugada;
que muchas noches no ceno de pereza, y
de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi
alma, te declaré que de tantas veces como estuve
en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y
siempre fue de pereza.
Y concluyo por hoy confesándote que ha
más de tres meses que tengo, como la primera
31
entre mis apuntaciones, el título de este artículo,
que llamé Vuelva usted mañana; que todas las
noches y muchas tardes he querido durante todo
este tiempo escribir algo en él, y todas las
noches apagaba mi luz, diciéndome a mí mismo
con la más pueril credulidad en mis propias
resoluciones: ¡Eh, mañana le escribiré! Da gracias
a que llegó por fin este mañana, que no es
del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que no
ha de llegar jamás!
El artículo "Vuelva usted mañana", escrito por Mariano José de Larra, fue publicado en El pobrecito Hablador el 14 de enero de 1833.
Vuelva usted mañana es un artículo donde el protagonista es Monsieur Sans-délai, un francés que ha venido a España para reclamar unas propiedades, presentar unas propuestas de negocio y visitar Madrid. Cuando Sans-délai pretende resolver sus asuntos en quince días, Larra, conocedor del carácter de los españoles, le advierte que va a necesitar unos cuantos meses.
El pronóstico de Fígaro, seudónimo utilizado por Larra, empieza a cumplirse inmediatamente. La pereza e ineptitud de un amplio repertorio de personajes impedirá la realización de todos los proyectos de este señor, el cual terminará dando la razón a Fígaro sobre el modo de ser de los españoles.
Vuelva usted mañana sigue, en general, la estructura común de los artículos de Larra: se inicia con una introducción a la que sigue el desarrollo de la trama y finaliza con una conclusión.
En la introducción, que va desde el principio del artículo hasta la línea 54. Larra presenta el tema del que hablará, así como su personaje. Este señor se encuentra en Madrid para hacer unos trámites, que según él tardará en finalizarlos unos quince días. Pero Larra, que conoce el carácter de los españoles, se burla de él y le advierte de que estará mucho más tiempo. A continuación encontramos el desarrollo, que va de la línea 54 hasta la 212, donde Larra nos explica las vivencias del señor Sans-délai, al que acompaña a hacer sus gestiones. Larra, conocedor de la espera, se lo toma con humor viendo que las gestiones sobrepasan el tiempo previsto para cada una. El retraso viene acompañado de excusas increíbles por parte de las instituciones para eludir sus responsabilidades y no hacer su trabajo. Larra lo resume con la frase: “Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca”. Para finalizar, encontramos la conclusión, que va de la línea 213 hasta el final. Terminados los 6 meses, Sans-délai no ha conseguido más que le repitan la frase: vuelva usted mañana. En esta parte, Larra utiliza una frase idónea para el resumen: “no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana”.
En este artículo Larra adopta la posición de narrador y personaje secundario que cuenta los hechos a los que ha asistido en primera persona.
La intencionalidad de este artículo es retratar el modo de ser y las costumbres de una serie de personajes que representan al conjunto de la sociedad. A partir de un hecho concreto, Larra, como hace en tantos de sus artículos, muestra cómo es el conjunto de la sociedad española, una sociedad atrasada y poco moderna; un país de gandules, en el que la burocracia es lenta y desesperante. De hecho, el tema que aborda Larra es absolutamente vigente, pues hoy en día la burocracia, especialmente la de las instituciones públicas, sigue siendo lenta.
La observación de los personajes tiene como objetivo conducir a unas conclusiones críticas que Larra expresa así: la pereza define el modo de ser de los españoles y reina en todas las clases sociales.
POESÍA ROMÁNTICA
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